Quizás mi salida más desafiante pero no la más sufrida. El frío esa semana había estado complicado. Con heladas todas las noches en Potrero y temperaturas por los diez bajo cero, no había muchas ganas de salir a encontrarme más crudamente con la Pacha.
Para el jueves mejoró un poco y cortó el viento, así que sabiendo que ya me tocaba la vuelta a Buenos Aires, emprendí el ascenso.
Es lindo ir a lugares que no se pisan muy seguido o directamente nunca. Es especial, lo mismo me transmitió la Patagonia, Calchaquíes y otros paros. Hay un plusvalor de autenticidad y realización casi religioso. Como decía Anatoli Bukreev “Las montañas no son estadios donde satisfacer nuestra ambición deportiva, sino catedrales donde practicar nuestra religión”.
Para mí fue eso, un pequeño acto religioso. No soy del ámbito del montañismo normal, de un club o escuela, de una carrera o con cultura de pueblo de montaña, tampoco mi familia. Decidí decirle no a la carrera de guía a un día de hacer la prueba de ingreso un poco porque siempre me gustó verlo como algo personal y sencillo. En estas meditaciones andaba cuando definí que esta vez iba a ser algo diferente.
Miré mi mochila ILBE pesada y robusta y me aseguré que no quería andar renegando con peso. Así que mi opción B era una de mano que tenía USMC. Muy operativamente elegí lo mínimo indispensable. Una bolsa de dormir de verano más una frazada polar que en total pesaban 500 gramos, abrigo, comida justa sin calentador o bombona, nada. Silbato de emergencia, linterna, manta de aluminio de emergencia, aislante atado por fuera y listo. Nada de carpa tampoco o extras.
El objetivo real era realizar una travesía que siempre miraba en la que el plan era subir hasta la cordillera que se encuentra al sur del Paño hasta llegar al filo y caminar a lo largo del mismo unos 10 kilómetros para hacer cumbre en el Barro Negro y bajar por Morohuasi. Espero que alguien pueda hacerla algún día. Creo que tres cuartos de este filo no fue pisado.
Salí en la misma dirección que para el ascenso al Paño a las 16.30. Liviano como estaba en una hora y media llegue al punto donde uno puede ir para la quebrada del Abra de Purma o lo que haría yo.

Petroglifos camino arriba.
Evalué al pie de la cuesta el mejor lugar por donde subir y empecé. Medio empinado y áspero, pero encontré un buen lugar por donde encararle que va a ser mejor que señale en foto. Siendo ya invierno, no me quedaba mucha luz. A las tres horas del horario de salida ya estaba sin sol directo en una ladera de la montaña con la última cargada de agua que tenía. El ascenso lo hice sin frenar, a buen ritmo.
Realmente no sé porqué no estaba nervioso, creo que estaba tranquilo disfrutando el presente, el cansancio en los músculos, el desafío del segundo a segundo. En la misma ladera mire alrededor y encontré los últimos arbusto que había. Cercano a uno decidí vivaquear. Sabía que la noche iba a estar por debajo de los 10° bajo cero. Reflexioné un poco, encontré un yuyo que podía servir y me enfrasqué en hacerme un colchón decente para aislarme del piso.
Acto seguido volteé unos arbustos resecos y con unos fósforos que siempre llevo, hice un fuego con el que sequé la ropa transpirada. Preparé mi pequeño espacio lo mejor posible con un poquito de pirca para el viento, con todo listo para el asalto del siguiente día. Me metí en la bolsa de dormir poniéndome yuyo adentro de la ropa, la mochila por fuera envolviendo los pies.

Así estaba feliz con mi supervivencia intencional, en la ladera de una montaña arriba de los 4000 disfrutando de las estrellas. No digo que fue mi mejor noche de sueño pero me pude defender y descansar algunas horas.
Supongo que hoy con todo lo que hay, la montaña se volvió un poco un deporte de alto rendimiento demasiado pulcro. Con esto me refiero a todo muy lindo, con super comida, super equipo, calentadores, todo así. Esta bueno, pero me pasó en otras salidas que sentía que me alejaba un poco del ambiente. La naturaleza ofrece incluso donde uno menos cree. El humo es gaje del oficio como el poco de frío por fuera de las reglas de seguridad tan de manual que promulgamos. La intuición creo que es importante como el estar despierto a lo circunstancial.
A las cuatro todo a la mochila con una luna como farol. Empecé la subida con todas las capas de cebolla puestas. Fui decidiendo los lugares por donde encarar, calculaba que según lo que había visto desde abajo para las siete podía estar en el filo y desde ahí empezar a divertirme transitándolo con linda vista.
A veces el ojo falla. Para las 7 estaba en los primeros manchones de nieve en una subida pesada y cansadora, ya a una altura considerable por arriba de los cincomil. Miraba al Paño y pensaba que ya debía terminar porque ese filo no era más alto, o eso creí.
A las 8.30 me encontraba ya un poco riéndome de mi error, bastante cansado bancando el frío. Medía el Paño que veía a mi izquierda y sentía que ya estaba casi como en la cumbre de él pero en otro cerro. No tenía sentido. Cuando creí llegar al filo, vi que más atrás venía otro filo que era el mismo del Abra de Purma pero que tenía una altura la verdad considerable. ¡Ese cerro escondido de más de 5400 metros que no se ve desde Potrero de Chañi es el Cerro Purma! Tantos años intentando averiguar dónde estaba.
Mi interés surgía porque a los pies del mismo del lado de Jujuy hubo una mina muy grande que estaba abandonada, y siempre había querido ir. Creí que le decían Purma al Paño pero no. Efectivamente creo que el Purma es más alto que el Paño por arriba de los 5500. Sería lindo constatarlo, pero no era mi fin. Yo debía ir para la derecha, seguir subiendo con dirección sur hacia el Barro Negro. A las 9.30 exhausto llegue al verdadero filo.
Atrasado para caminar todo lo que me quedaba, a una altura mucho mayor a a la que pensaba, y con un frío tremendo me la pensé. Empezó a soplar el viento demasiado temprano. En general empieza a las dos de la tarde, pero si a las nueve estaba así… Esa fue mi cumbre.
Y fui feliz con mi decisión. Había llegado lo más alto para empezar a filar varios kilómetros, pero nada me aseguraba que sea fácil y había demasiadas variables que no manejaba ya de seguridad. Guardé mi orgullo, saqué un par de fotos, disfruté la vista increíble que había y abajo.

El resto no tiene mucho de importancia, le metí unas cuatro horas sin parar muy rápido hasta la escuela. Contento de lo logrado y más que nada del cómo. Es que ir ligero de equipaje, con sus lógicas incomodidades y desafíos, pero así e intentar algo grande como un cinco mil nuevo desconocido, tiene tanto encanto para mí que almorcé en la escuela en plena conexión con lo que la montaña me dio ese día.