Con 22 años, el tucumano Ulises Kusnezov se convirtió en la séptima persona de la historia en escalar las diez montañas más altas de América. Detrás de una actividad física, plantea una filosofía de vida basada en la sencillez y la solidaridad.
“No concibo mi vida sin la montaña. Me veo siempre en esto, como actividad, como hobby, como trabajo. La filosofía de la montaña me gusta y me gusta trasladarla a la ciudad”. La mirada de Ulises Kusnezov se fija en un punto imaginario, una sonrisa se asoma en la comisura de sus labios y su mente se traslada a las 10 cumbres más altas de América, que con sus 22 años ya alcanzó.
Ulises, es la séptima persona en escalar las montañas más altas del continente, el cuarto argentino y el más joven de todos. Recién llegado del Bonete, un volcán apagado de 6759 metros situado en el noroeste de la Provincia de La Rioja, ya tiene próximo destino. Por tercer año consecutivo, pasará Navidad en el Ojos del Salado, junto a un ruso y su hija de 11 años. El padre sueña que ella sea la persona más joven en subir el volcán más alto del mundo. Dos veces lo intentaron y no pudieron. Esperan que esta sea la vencida.
“Otra navidad más durmiendo a las 10 de la noche, apenas habiendo brindado y con suerte comiendo un pedazo de carne. Una sidra ni a palos. Una coca si la planificamos bien”.
La primera de las 10 más altas de América que escaló fue el Aconcagua. Con 6962 metros, es el cerro más alto de América. Aunque eso no lo transforma en el más difícil ni el más peligroso. La infraestructura con la que cuenta facilita el ascenso: helicóptero, rescatistas y mucho tránsito de gente en un destino de turismo aventura. Para los que no tienen experiencia pero quieren ganarla, es un buen comienzo.
A los 17 años, empezó a visualizar el Aconcagua, pensándolo, trabajando para tener la plata para tener los equipos para escalarlo y solventar los gastos de subirlo, que son muchos. Trabajaba en la imprenta con su padre. Toda la plata que ganaba, la invertía en equipos y en lo que necesitaba para ir al cerro. Seis meses antes de emprender viaje, empezó a hacer Crossfit. Nunca se sintió tan bien como en ese momento.
“Ese fue mi entrenamiento físico. Mentalmente, lo primero es convencerse que lo podés hacer, superar los miedos. Y después, todas las noches me imaginaba en la cumbre y me decía ‘sí puedo’. Me imaginaba llegando a la cumbre, convencido que lo podía hacer. El día que fui a la montaña, mi cerebro había subido tantas veces a la cumbre que mentalmente ya había llegado. Tenía solo que llevar mi cuerpo adonde quería estar. Es impresionante. Cuando estás tan motivado, te comés al cerro”.
Atardecer en Plaza de Mulas.
Cuando llegó a la cumbre, sintió felicidad, cansancio. Sonrió. Lloró. Sacó unas cuantas fotos. Esperó que llegue su compañero que había quedado apenas relegado. Media hora después, emprendieron la bajada. El día estaba muy fiero. El viento no les daba tregua. 13 días les llevó escalar la montaña más alta del mundo, fuera del continente Asiático.
Filo del-guanaco, llegando a la cumbre del Aconcagua.
Esa primera experiencia tuvo un condimento especial. Fue con su padre, Nicolás Kusnezov, la persona que le abrió las puertas de su imprenta cuando buscaba trabajo para solventar los gastos para cumplir sus sueños. Kusnezov preside la Asociación Argentina de Montaña y era la segunda vez que retaba al Aconcagua. La anterior había sido en el 2004, cuando Ulises tenía 9 años. Allí empezó a soñar con seguir sus pasos, seducir las montañas hasta conquistarlas. Probarse a sí mismo. Conocerse.
Los abuelos Kusnezov también son montañistas. Su abuelo, Raúl González (pichón), fue durante un par de décadas docente en una escuela experimental universitaria de Tucumán. Su materia era excursiones y se encargaba de llevar a los estudiantes a pequeñas travesías por lugares escondidos de la provincia. A fin de año, coordinaba el campamento anual donde 500 alumnos pasaban 10 días durmiendo en carpas y organizándose para resolver alimentación, salud, seguridad y recreación. Pichón conoció a su esposa Tere, escalando. En esos sueños empezó Ulises a cosechar su destino. En esa mesa familiar fueron trazándole el camino que eligió apenas tuvo consciencia.
Desde muy adolescente, mientras sus amigos empezaban a tentarse con la noche, prefirió usar sus bríos juveniles en otros lares. “Nunca fuí de la joda ni de salir ni de tomar mucho. Entonces no me fue difícil no irme para ese lado, de la vida más común de los changos”.
El disfrute para Ulises está en otros lados. En las noches de las montañas, viendo las estrellas como en ningún otro lado. En las distintas tonalidades de celeste que se distingue en el cielo desde las cumbres. Los rosados del amanecer. El impactante sol que baña los cerros desde su salida hasta el ocaso. “Siempre tengo ganas de estar en la montaña. Siempre”.
Además del Aconcagua, escaló el Ojos del Salado, el Pissis (tercer pico más alto de América), el Bonete, el Tres Cruces (donde el Hindú, Malli Mastan Babu, falleció en 2015), Huascarán, Lullaillaco, Mercedario, Walter Penck e Incahuasi.
“La más baja, Incahuasi, tiene 6638 metros. De ahí para arriba son todas las otras. Hasta el Aconcagua que tiene 6962 metros”.
Su siguiente cerro luego del Aconcagua fue el Inca Huasi, que es el más bajo. Eligió continuar por ahí por una cuestión de accesibilidad. Está cerca de la ruta y se puede llegar en el auto hasta la base, a través de la ruta 60 que va al Paso de San Francisco.
Tercera cumbre en el Incahuasi, junto a Rosana Vazquez, Jose Luis Charro Caballero y Eduardo Salas.
Salvo los cerros más turísticos como el Aconcagua y el Huascarán, que es la montaña más alta del Perú, no es normal encontrarte gente en el camino. El turismo atrae a esos destinos gente de todo el mundo: desde Estados Unidos hasta europeos, asiáticos. Las demás cumbres están reservadas a expertos, a esos círculos donde se hace del cerro una forma de vida.
Fue aprendiendo que llegar a la cumbre es un proceso. “Vos lo que tenés que conseguir es que tu cuerpo se aclimate a la altura, a la falta de oxígeno (en realidad, como hay menos presión, en nuestro cuerpo entra menos oxígeno). Tenés que ir subiendo lentamente, pasando varias noches a los cuatro mil metros, otras a los cuatro mil quinientos, volver a los cuatro mil. Hay diferentes planes de aclimatación según los cerros. Te lleva unos 10 días hasta que podés decir ‘pasó un tiempo prudente, puedo subir a la cumbre y no tener efectos nocivos por la altura’”.
Ulises fue descubriendo que hace falta un equipo especial para escalar montañas. Lo sabía en la teoría pero hay cosas que sólo la práctica puede enseñar. Supo que eran imprescindibles las botas dobles, una buena carpa, una buena bolsa de dormir. Muchos que salen por primera vez están incómodos con el equipo, no saben como ponérselo. Hay todo un sistema de capas de abrigo y muchas veces no saben cómo alternarlas. Eso se gana con la experiencia.
Es que las noches son largas porque comés apenas el sol se oculta y luego no hay nada más para hacer. Es meterte a la bolsa y dormir. Hace mucho frío en las alturas. Por eso la bolsa de dormir y la carpa son fundamentales. Y que no haya viento. No hay nada más frustrante que el viento. Si es muy fuerte, te puede volar la carpa. “Nos ha pasado en el Pissis. Se nos rompió una porque estaba muy fuerte el viento. Menos mal que teníamos una extra. No pudimos dormir toda la noche. Y al otro día, desarmar todo y seguir. Sin esa carpa extra, nos teníamos que volver”. Por eso, carpa, calentador, abrigo. Siempre hay que estar precavido y dejar repuestos en la camioneta por las dudas.
cumbre Pissis 6795 msnm.
Fue aprendiendo cómo defenderse del frío. A primero ponerse un abrigo interior, después algo térmico, luego un polar, una campera de plumas y un impermeable. Eso sería lo ideal. “Por ahí al principio no le terminas de agarrar la mano, no lo ponen en ese orden y eso no es bueno. Por una cuestión de transpiración y de calor. Eso lo sabía en la teoría pero hasta que no lo ponés en práctica, no sabés bien”.
También que subir es una cosa y bajar es otro tema. Que la cumbre es solo la mitad del camino, porque en la bajada ocurren la mayoría de los accidentes. Ya estás cansado, relajado y más desconcentrado. “Por eso cuando llegás estás feliz, disfrutás el momento, pero tenés en la cabeza esa cosa de que todavía te queda la mitad y más del camino”.
Ulises sabe que a la montaña hay que respetarla. Que es peligrosa si no se toman los recaudos necesarios. Cuenta que al cerro Ojos de Salado lo hizo dos veces. La primera vez por el lado chileno, donde hay más gente. La última parte es muy rocosa, subís escalando. Hay unas cuerdas casi llegando a la cumbre. Estaba a 6900 metros, con botas dobles, con viento, con frío. Solo. Y sintió miedo. Se dijo '¿qué hago ahora?'. Faltaban 30 metros para lograr el objetivo. Pero el filo de rocas, con precipicio a los dos lados lo inquietaban. La soledad le pesaba y lo ponía incómodo. No se sentía confiado. Pensó en mentir que había llegado. Después se recriminaba, se sentía cobarde. Le llevó 5 horas hasta ese punto, hacer mil metros de desnivel y media hora hacer esos 30 metros, sentado pensando si lo hacía o no. Su real preocupación era la bajada. Se subió, apenas agarró la cuerda y llegó.
Ultimos metros de trepada antes de la cumbre del Ojos del Salado por Chile.
“La cumbre fue una mierda. Estuve un minuto porque me preocupaba la bajada. Lloré un poco de la emoción y el miedo. Y dije listo, tengo que enfrentar esto y bajar. Me calmé y lo bajé lo más despacito posible, para estar seguro”.
A pesar del miedo, preferiría morir en la montaña que en un accidente de auto en el centro. Sabe que es una posibilidad, pero es difícil. Para que te mueras en el cerro tenés que haber cometido errores muy groseros.
Prácticamente todo se puede prevenir. Los riesgos son conocidos: caída de piedra, avalancha, caída de pedazos de hielo (seracs), viento, frío y el ‘mal de altura’ (sufrir un edema pulmonar o cerebral). Todos evitables o que se pueden reducir al mínimo riesgo.
Por eso Ulises piensa que hay que tenerle mucho respeto a la montaña, pero no irse al extremo. “Hay que ser precavido y tener sentido común, controlar las ansiedades y no hacer cagadas”.
“La alta montaña saca lo mejor y lo peor de las personas. Ahí realmente conocés a las personas cómo son. Es importantísimo llevarse bien con tu compañero. Que te lleves bien en la ciudad no significa que te llevarás bien en la montaña. Yo encontré mi compañero de montaña, que es Eduardo Salas de Catamarca. Me acompañó en 5 o 6 de las cumbres. Nos llevamos muy bien y es un gran tipo.
En la montaña ser un buen tipo es ser solidario, estar dispuesto a sufrir por el otro. Por más que te cagués de frío, estés incómodo, no tomés agua, es estar dispuesto a darle al otro que está un poco peor que vos. Son cosas muy solidarias. Acá en la ciudad tal vez no se pongan en práctica porque no se llegan a situaciones tan extremas.
Podés gastar un montón de plata y de recursos para llegar a la cumbre, y hay tipos que aunque estén a 10 metros, si se tienen que volver por una persona que está mal, se vuelven. Eso te define como buen tipo ahí arriba. Eso es un ejemplo de buen compañero.
En este deporte, el egoísmo predomina muchas veces. Hay muchos tipos solitarios, que no entienden del trabajo en equipo y compañerismo”.
Ulises vive de y para las montañas. Escaló el Aconcagua con 19 años y dejó de trabajar en la imprenta con su padre. Empezó como asistente de guía y luego como guía. Toda la plata la invertía para eso y en arreglar la camioneta que necesitaba para ir a la base de los cerros.
En 2015 fundó A Cielo Abierto, un emprendimiento de “trekking, montañismo, cicloturismo para conocer Tucumán y el Noroeste Argentino de la mano de guías acreditados por la Asociación Argentina de Montaña”. Así se lee en su perfil de Instragram, donde suben las fotos de sus travesías.
“La temporada fuerte en alta montaña es de octubre a marzo. De marzo a octubre nos quedábamos sin nada. Por eso, la idea es poder tener algo que hacer en esos meses que la alta montaña no es recomendable por cuestiones climáticas. Dictamos cursos y hacemos trekking de mediana o baja montaña. La idea es hacer algo accesible para todo el mundo”.
Recomienda el montañismo no solo por el ejercicio, sino porque ve la montaña como filosofía de vida. ¿Cuál es esa filosofía? La sencillez. La vida en los cerros es muy sencilla: tenés el mínimo de cosas imprescindibles y aprendés a sobrevivir con eso, acostumbrarte a sobrellevar situaciones incómodas.
“Podés tener un millón de dólares en la mochila pero no te sirve de nada porque no tenés qué comprar. Es lo opuesto a lo de la ciudad, donde la plata mueve el mundo. Esa cosa de la sencillez de la vida en la montaña es la filosofía de vida que me gusta. Cuando aparecen los problemas, tener los huevos para afrontarlos. Eso te enseña la montaña”.
Piensa que la gente se puede encontrar con sí misma en la montaña. Te conocés en otro ambiente que no es la ciudad. Los paisajes y el relax también son los atractivos. Aunque es consciente que si vas a la montaña, te gusta o la odias. “Para mí, estar echado en un campamento con el agua ahí, la vista, es lo máximo. Hay gente que dice ‘qué mierda hago acá’. Vienen con el ritmo de la ciudad y le cuesta apreciar lo que es la vida en naturaleza”. El montañismo es un mundo nuevo para los que vienen de la vertiginosidad urbana.
En el 2017, agregó a la lista el cerro Tupungato, que está en Mendoza y tiene 6550 metros. Luego el Sajama, que está en Bolivia y es el pico más alto de ese país, con también 6500 metros. De esta forma, finalizó la lista de los 10 volcanes más altos del mundo (todos están en Sudamérica) y se convirtió en la tercera persona en la historia, en realizar esa proeza.
Pero allá, como meta, aparece el Everest como un sueño que va a ser de toda la vida hasta que se cumpla. Lo toma con paciencia porque sabe que hace falta mucha plata, que nunca lo podrá solventar solo. Que tiene que conseguir patrocinio. Pero antes de eso, hay 14 montañas que tienen más de 8 mil metros y le gustaría escalar alguna antes del Everest. Como por ejemplo el Cho Oyu, que tiene 8.200 metros y es más económica. Quiere ganar experiencias. A Ulises le gusta hacer las cosas con paciencia, progresivamente.
Con 22 años, sabe que su camino para conquistar los cielos recién comienza.
Las 10+ de Ulises Kusnezov: