Diciembre de 1999 | Junto con Luciano Rosales, yo visitaba por primera vez el Cajón de los Arenales, Departamento de Tunuyán, en Mendoza.
Ya en aquella época este rincón del Cordón Portillo (Paso del Portillo argentino) era un imán para los escaladores. Hoy, ni hablar.
Con mi amigo escalamos un par de vías en la Pared de la Mitria, traveseamos por detrás de ésta hasta el Chorro de la Vieja e intentamos
el ascenso de una aguja por encima del chorro: knock-out, sobre todo debido a mi pobre desempeño en las paredes de roca.
Volvimos con la cola entre las patas y pensando “¿y ahora, qué?”.
Por un lado debíamos justificar haber llevado un petate lleno de material de escalada, pero también se estaba despertando nuestra curiosidad respecto de lo que había más allá, siguiendo ese camino que trepaba hacia el oeste.
... al fondo, en el centro de la foto, se aprecia la notable cumbre del “Chiquito”,
a la derecha de la brecha del Portillo Argentino.
Foto tomada desde apenas arriba del playón del mástil, en el Valle de Las Yaretas.
Hay que recordar que, en esa época, Internet en Argentina todavía estaba en pañales y era casi nula la información y las fotos de la zona. Por lo tanto, nuestro viaje comenzaba a plantearse como una personal expedición de exploración.
Después de descansar en el refugio del cajón, realicé un duro transporte de 35 kg hasta el Refugio Scaravelli; al otro día nos trasladamos a él. Desde allí escalamos el Punta Negra (4450 m) y visitamos el hotel abandonado en el fondo de la Quebrada de los Manantiales. Tanto desde la cumbre ascendida como en un paseo al sur del hotel nos había comenzado a llamar la atención un pico que flanqueaba por el norte la brecha del Portillo Argentino. Prometía una ascensión rápida y posiblemente fácil. Y es que luego de nuestro rápido ascenso al Punta Negra, directamente desde el refugio, obviando la vía normal, nos íbamos decantando por la exploración y las ascensiones, dejando la cuerda a un lado.
Trasladamos nuestro campamento desde Scaravelli a la vera de una pequeña laguna, justo por debajo de grandes morrenas glaciares que afluían desde una quebrada al sudeste del Portillo Argentino. Ese fue nuestro campamento definitivo, desde el cual realizamos varias caminatas montaña arriba. En los días siguientes “descubrimos” los restos de un avión abandonado y un glaciar todavía vivo desde el que, más abajo, brotaba el arroyo Yaretas. También hicimos un último y desganado transporte de los “fierros” de escalada hasta una laguna alta cercana al portillo, con la ya utópica intención de intentar una lejana aguja al oeste del glaciar. Pero seguimos en la nuestra: caminar, explorar y eventualmente ascender alguna otra cumbre.
A la izquierda el Cerro Portillo (4800 m) y al centro la cumbre del “Chiquito”.
Se aprecia la evidente arista que divide las vertientes sur y norte.
Por ésta última asciende faldeando la vía,
que luego de sobrepasar el torreón cumbrero sube directa a la cima.
... justo en el centro de la foto, por debajo de la falda del Cerro Portillo,
surcada por el zigzag caminero que sube al portillo,
se deben dejar los vehículos antes de ascender a la cima del “chiquito”.
Se observa una evidente rampa, resto de una morrena glaciaria,
que facilita montarse al pequeño filo que lleva a la oscura base del cerro.
Sabíamos que el camino de autos llegaba prácticamente hasta el portillo: una madrugada habíamos visto subir hasta allí al Viejo Land Rover celeste del “Yagua”, un referente del Manzano. Luego nos enteramos que llevaba a Leo Rodríguez, un titán de Tunuyán, a completar la primera en solitario a la sur del Tupungato: ¡menuda tarea!
Al centro, abajo, otra vista de la zona apta para estacionar los vehículos.
Por detrás de unos montículos oscuros en primer plano, se ve la rampa rojiza
que nos acerca al filo de la izquierda, la “vía regia” que nos llevaría a la cumbre.
En esta foto, tomada justo al lado del Portillo Argentino,
se aprecia el torreón de cumbre del “Chiquito”, con su parte más alta
junto bien a la izquierda. Y aunque la evidente chimenea que divide en dos
dicho torreón no tiene más que unos 45 m de desnivel, no es recomendable escalarla,
aún asegurando: la calidad de la roca es detestable y hay algunos pasos de hasta 4°+.
Teníamos la intención de llegar caminando hasta el portillo, para “bichar”
lo que se veía por aquellos lados. Salimos bien temprano, y al mediodía ya estábamos en el paso. Después de admirar el fantástico panorama del cordón fronterizo, con el nevado Mesón San Juan (6000 m) como estrella principal del paisaje, dejamos en un altar improvisado por los arrieros un trozo de cinta tubular roja como ofrenda, cinta que más adelante iba a ser el pretexto para un azaroso descenso.
El altar de los arrieros con toda una colección de cintitas.
Vista del molesto faldeo, que de izquierda a derecha, baja hasta el filo
que da acceso al “Chiquito”, y que en mi aventura de 1999 quise evitar.
El punto al que se debe trepar en dicho filo es poco más atrás
de donde este cambia de rojo a negro.
Foto tomada desde el caracol del portillo. A la izquierda, el faldeo a evitar.
A la derecha, la zona donde el andinista debe montarse al filo:
se observa apenas una senda que facilita la trepada.
Tanto al subir como al bajar del portillo habíamos ido evaluando la posible ruta de ascenso a la todavía innominada cumbre. Y al otro día nos mandamos. Volver a caminar hasta justo antes del comienzo del zig zag carretero en la falda del Cerro Portillo, travesear al norte hasta montarnos es un filo de escombros rojizos que divide la Quebrada del Portillo de la del hotel abandonado, y progresar por dicho filo hasta topar con la negra pirámide de la cumbre de marras fueron todo uno. Desde allí, un faldeo ascendente por el norte de la cumbre hasta sobrepasarla, una trepada final por acarreos hacia el sur, filo y ¡cumbre! Las fotos de rigor y luego un hallazgo impensado en tan ignoto pico: ¡un testimonio de 1966 del CAM!
Nota MDA: En el Testimonio puede leerse 16/1/1966 y aguzando la vista
y jugando con la foto, los nombres de los miembros; George Zorawiecki, Mike Zarera y Roberto Zonca, quienes a su vez hallan
el de Fernando Grajales, y aparentemente Alberto Viuri y Fernando de Rosas
(por estos días, estámos aguardando confirmación de los nombres por parte del CAM).
¡33 años después volvíamos a repetir el “Chiquito”!
(¿4800 m? ¡Nahhh: 4418 m, según Google Earth).
Acto seguido, dejamos un nuevo testimonio.
... Y aquí fue donde el diablo metió la cola.
-Che, Luciano, voy a bajar directo al portillo a buscar la cinta tubular.
-¿Y para qué?
No sabía para qué, pero ya estaba en camino.
Recordaba que el camino
de ascenso comenzaba bien por debajo del Portillo Argentino (4350 m),
a unos 4000 m., y travesear desde la cumbre al portillo implicaba un largo
y áspero faldeo, por lo que, para ahorrarme la molestia, había decidido destrepar los escasos metros que me separaban de mi “trofeo”. Mientras mi compañero comenzaba, un poco contrariado, el descenso por donde habíamos subido, yo había emprendido el destrepe: unos metros bajando por el filo al este hasta una chimenea que se habría directa al sur,
el punto de no retorno.
Unos cuantos pasos de segundo grado, unos pocos de tercero, y un par de ¿4º? Pero lo peor no era la dificultad, manejable dentro de todo, sino la horrible calidad de la roca: iba destrepando mientras que con mis manos afirmaba las rocas de los agarres para que no se soltaran. Creo que de nada me hubiera servido estar con el casco de escalada puesto: si uno de esos agarres o apoyos se desprendía tenía garantizado un feo palo. Sudé tinta, hasta que por fin llegué a tierra firme para hacerme con la famosa cinta, y ya de noche, volví a la carpa en la lagunita, donde Luciano se había estando acordando de toda mi familia. Pero no me importó, tenía la cintita conmigo.
Abril de 2018. Después de diecinueve (19) años volví a subir al Portillo Argentino. Unos 80 m más arriba, me llamaba la cumbre del “Chiquito” para que fuera a recoger mi viejo testimonio. La sabiduría que trae el paso del tiempo me aconsejó no ir tras el canto de sirenas de aquel papelucho, escalando aquella chimenea de espanto: no podía olvidar que antiguamente había hecho el camino inverso por una mera cinta de tela
pasando las de Caín. De todos modos, creía yo que mi testimonio seguía intocado en la latita donde había quedado. No por nada habían pasado 33 años entre una visita y otra. Es que a pesar del camino de autos cercano, los visitantes, o estaban de paso, o solo iban a asomarse un rato a mirar para el otro lado. De escalada, nada.
Un par de días después volví subir a la cumbre del Punta Negra. En ella coincidí con tres instructores de ski de Las Leñas. Intentando revisar la lata que estaba en la cumbre en busca de mi viejo testimonio del ’99, casi lanzamos al vacío un montón de papelitos, incontables testimonios de la cumbre más popular de la zona. Ya me habían comentado que eran legiones quienes escalaban este cerro, por lo tanto, fin del intento de buscar mi viejo mensaje. Al bajar, recomendé a mis ocasionales compañeros el ascenso del “Chiquito”, y si lo hacían, que retiraran mi testimonio de su cumbre. Creo que no lo escalaron.
Al volver a Buenos Aires, en un audiovisual en la tienda Filo Sur
de una expedición al Ojos del Salado de 2015, me enteré que mi amigo de Facebook Daniel Savorgnano, habiendo renunciado a atacar la cumbre principal, y en cambio, habiendo coronado una cumbre satélite, había hallado un testimonio de 1956. No pude dejar de ver un paralelo entre mi hallazgo en aquella cumbre olvidada de Mendoza y el logro de Daniel. Lo felicité, me contactó y me habló de su interés por ir a buscar mi testimonio en la olvidada cumbre del “Chiquito”. Por eso este relato, para él u otros que acepten el desafío y quieran ir a buscar ese viejo testimonio.
Es una cumbre muy sencilla de escalar y demanda poco tiempo base-cumbre-base; el requerimiento más importante es contar con un buen vehículo, si es una camioneta mejor, aunque un auto de calle, despacio, puede llegar al punto de partida e incluso hasta el Portillo Argentino.
Hay que tener en cuenta que si se hace el intento muy avanzada la temporada (entre marzo y mayo), es posible que conseguir agua sea todo un problema. Mejor llevar.
Así que ya está lanzada la propuesta. Al que recoja el guante, corone esa punta y vuelva con mi testimonio, por favor que avise. Ah, pero eso si: ¡que a nadie se le ocurra ir a buscar una cintita al Portillo!
NOTA MDA: Luego de algunas consultas, idas y vueltas... Tuvimos que hacer la pregunta obvia... Porque cazzo fuiste por la cinta?
- ... En cuanto a tu pregunta sobre el motivo de aquel destrepe suicida, te contesto lo mismo que le hubiera dicho a Luciano Rosales (que de la bronca no me preguntó nuevamente el por qué): ¡ni idea! (Tal vez por "canuto"...)